Un ataque acústico es una agresión que se realiza utilizando el sonido. Nuestro sistema auditivo está ideado para oír sonidos, pero hasta un determinado volumen.

En este sentido, según señala la Organización Mundial de la Salud, lo ideal es no exponer nuestros oídos a más de 65 decibelios (dB). Los sonidos superiores no son recomendables. La exposición a más de 85 dB es perjudicial (especialmente si se prolonga en el tiempo) y a partir de 120 dB el sonido produce dolor y daña, de manera irremediable, la salud auditiva.

Sería obvio decir que el sonido, como cualquier otra cosa en este mundo, es perjudicial si resulta excesivo.

Música: ¿beneficio o tortura?

Está comprobado que, escuchar música a un volumen moderado, tiene beneficios sobre la salud. Entre otras cosas, ayuda a reducir la ansiedad o el estrés, genera felicidad y contribuye a mejorar las relaciones sociales.

Sin embargo, la música puede llegar a convertirse en una tortura en función de cómo la utilicemos. Según los informes desclasificados por los Estados Unidos sobre torturas en diferentes cárceles del mundo, se utiliza la música como castigo.

Los militares hacen escuchar las mismas canciones durante horas a personas privadas de libertad y a un volumen que, según indican, ronda los 80 decibelios. Esto supone, en primer lugar una tortura psicológica ya que los estímulos sonoros que les llegan a las personas allí encerradas, son continuos. Esto impide que el cerebro descanse.

Por otro lado, las ondas sonoras que se mueven por el aire, producen efectos físicos. “El rango de estos efectos va desde la sensación inmediata de haber sido golpeado, según señala una profesora de música de la Universidad de Nueva York, hasta el desarrollo o el aumento de la hipertensión y la pérdida auditiva mucho después de las últimas notas de esta «paliza acústica».

Ataques acústicos

Las armas sónicas existen. Varios países han experimentado con el uso de sonido como arma para repeler o inhabilitar a personas. Se han desarrollado armas de largo alcance conocidas como «cañones de sonido» que pueden emitir un ruido alto y estridente que es capaz de afectar la audición humana hasta a 300 metros de distancia.

Se han utilizado en situaciones de guerra, como en Irak, para controlar multitudes en casos desorden cívico, como en Nueva Orleans tras el huracán Katrina, o para repeler atacantes como en el caso de los piratas somalíes que atacan barcos mercantes y de pasajeros.

En el extremo contrario, hace un tiempo estamos oyendo hablar de los ataques con infrasonidos. Funcionarios de la embajada de Estados Unidos en Cuba, están experimentando trastornos físicos (dolores de cabeza, pérdida auditiva…) sin un motivo aparente.

Creen que pueden estar siendo atacados con un dispositivo sónico que emita ondas sonoras inaudibles.

Sin embargo, no hay ninguna evidencia que lo certifique. De hecho, los expertos señalan que las frecuencias bajas e inaudibles para los humanos no transmiten mucha energía mecánica hacia las partes sensibles del oído, por lo que creen que sería difícil utilizarlas para dañar la audición.

¿Verdad o ciencia ficción?