Hoy en día, gracias a las pruebas de cribado auditivo que se realizan a las pocas horas del nacimiento, se puede concluir de manera fiable si un bebé oye o no oye correctamente. Hablamos de ello en este blog de salud auditiva (El cribado auditivo para detectar la hipoacusia en recién nacidos).

Cuando se detecta alguna incidencia en este sentido, se remite al bebé al servicio de otorrinolaringología para que sea estudiado más a fondo y diagnosticado por un médico especialista.

Éste vuelve a realizar las pruebas que considere necesarias y confirma o no el problema auditivo detectado en las pruebas neonatales. Tras el diagnóstico y en función del mismo, se está en disposición de realizar las recomendaciones oportunas para solucionar o mitigar el problema tales como incluir el uso de audífonos, la implantación coclear y/o el tratamiento logopédico.

Sin embargo, a pesar de que el bebé haya superado la prueba de cribado auditivo, en ocasiones, los problemas surgen más adelante. Por eso, los padres deben estar pendientes de la reacción del niño en cualquier momento.

En las revisiones infantiles, los pediatras valoran la reacción de los pequeños ante ciertos estímulos. No obstante, es conveniente indicarle al especialista, cualquier incidencia relacionada con la audición del menor.

De este modo, por ejemplo, si el bebé recién nacido no se sobresalta al escuchar una fuerte palmada, a uno o dos metros de distancia, o la voz de su madre no le tranquiliza, hay que pensar que algo sucede.

El oído del bebé debe evolucionar

La entidad Oiresclave ha propuesto un listado al que los padres deben prestar especial atención según la edad del bebé:
Si a los 2 meses no atiende a la voz.

Si a los 3 meses no mira la cara del que habla.

Si a los 4 meses no vuelve intencionadamente la cabeza hacia donde surge la voz.

Si a los 5-6 meses no muestra interés en la voz o no distingue la voz amistosa de la de enfado.

Si a los 7-8 meses no responde a su nombre o no mira a su padre cuando se le nombra.

Si a los 9-10 meses no se distrae fácilmente con los sonidos del entorno, o no interrumpe la actividad cuando oye “¡NO!”.

Si entre los 8-12 meses no balbuceo o su balbuceo no es cada vez más rico y variado, incluyendo sonidos nuevos.

Si a los 11-12 meses continúa sin mostrar interés hacia los sonidos ambientales, no atiende cuando se le habla o no da un objeto cuando se le pide.

Si hacia los 13-14 meses no responde a su nombre.

Si durante los meses siguientes no identifica algunos objetos por su nombre, no escucha canciones durante 2 ó 3 minutos o no sigue órdenes sencillas.

Si notan que el niño no se despierta o reacciona al escuchar sonidos fuertes, si no responde cuando se le llama o si solo se comunica con gestos sin usar la voz.

Si en la historia médica de la familia hay personas con sordera, la madre ha padecido rubéola o algún tipo de infección durante el embarazo, hay incompatibilidad de RH, el niño es prematuro, hay trauma al nacer, padece meningitis o las infecciones del aparato respiratorio son muy frecuentes y los problemas de oído medio son recurrentes.

Ante estas señales de alerta, los padres deben buscar ayuda profesional.